
Muchas y muchos hoy se preguntan cuál es el sentido de esta feroz arremetida de las élites mundiales en contra de los pueblos del mundo, utilizando la excusa de una pandemia, cuando parecía que tenían todo bajo control y su aparente dominación planetaria se consolidaba sin contrapeso.
El panorama que han impuesto los estados no puede ser más desolador: estado de sitio planetario; estricto control mediático; restricciones para el desplazamiento; confinamiento obligatorio; cierre de empresas, instituciones y centros de estudio; persecución y castigo a la socialización; fomento, legitimación y reconocimiento institucional a la delación de los trasgresores; tropas patrullando las calles para garantizar el acatamiento a las restricciones; controles permanentes de identidad y necesidad de salvoconductos para desplazarse por las ciudades. Aunque este siniestro escenario parece más bien un guión sacado de alguna película post-apocalíptica, es lo que vivimos a diario y fue impuesto con una rapidez, eficiencia, acostumbramiento y, sobre todo, con un apoyo social impresionantes. Es la primera vez, en toda la historia de la humanidad, que se pone en cuarentena a miles de millones de personas sanas y los estados de excepción se han convertido en el paradigma de gobierno, constituyéndose en la normalidad que acatamos con sorprendente facilidad y sin ningún tipo de cuestionamientos, salvo muy pocas y valientes excepciones de algunas voces que se atreven a alertarnos de que esta normalidad es desquiciada y criminal, arriesgando la condena social de quienes han aceptado el sometimiento tragándose entero y sin masticar el discurso oficial de que así salvarán sus vidas y su salud. La sociedad disciplinaria llevada hasta sus últimas consecuencias y sin disparar un solo tiro.
Este proceso de sometimiento, control y represión de las personas, convertidas en rebaño, comenzó hace varios años y cuando parecía que habíamos llegado a niveles insuperables, los estados nos sorprenden con una ofensiva sin precedentes, imponiendo un estado de coerción y dominación ni siquiera alcanzada por los regímenes fascistas en sus momentos más delirantes.
¿Por qué las élites de poder dieron este golpe sin precedentes y con el más fabuloso despliegue de recursos para someter a toda la población mundial?
Responder a esta pregunta requiere asumir una perspectiva amplia y trascender el análisis localista que solo nos remite una y otra vez al absurdo; porque si no entendemos lo que ocurre a nivel del poder mundial, las medidas de control tomadas por los poderes subordinados en nuestros países parecen obra de un personaje desquiciado, ya que no otra cosa podría interpretarse de las aparentemente absurdas cuarentenas solamente los fines de semana, toques de queda en horarios nocturnos, restricciones al comercio pequeño y manga ancha para las grandes empresas, prohibición de juntarse las familias y amistades en los hogares, cierre de playas y parques para re-oxigenarse, tomar sol y fortalecer el sistema inmune, uso de mascarillas en calles y espacios públicos cuando el virus no puede transmitirse a más de dos metros, instrucciones a funcionarios del área de la salud para hacer pasar cualquier afección como Covid 19 y un largo etcétera que a simple vista no tienen ninguna explicación lógica.
La lucha por la hegemonía de los mercados mundiales, la entropía y caos de los estados liberales y las revueltas populares en todo el mundo

Entender el fenómeno de este autogolpe mundial requiere considerar tres variables que determinaron esta ofensiva de las élites mundiales de poder y que se entretejen y dependen unas de otras.
El primer componente del análisis es el conflicto de hegemonía por controlar el mercado mundial entre un gastado imperialismo occidental, liderado por Estados Unidos y Europa y un emergente y vigoroso imperialismo oriental encabezado por China.
Ambos imperialismos necesitan una población mundial sometida e inmovilizada para afianzar sus posiciones regionales y consolidar sus respectivos proyectos de dominación. A ninguno le favorece la inestabilidad política ni las revueltas que hagan tambalear sus colonias. Necesitan sus mercados vasallos estables, apaciguados y con la mínima capacidad de respuesta de los pueblos para poder acentuar su modelo de despojo y dominación.
Antes de la declaración de la pandemia el imperialismo occidental estaba atravesado por fuertes convulsiones internas, tanto en sus metrópolis como en sus colonias en América, producto de las revueltas populares contra el despojo de las transnacionales y China, por su parte, tenía varios frentes abiertos, particularmente en India y Taiwan, que la obligaban a destinar esfuerzos e importantes recursos para mantener la estabilidad de su propio mercado mundial, lo que le dificultaba consolidar su proyecto de dominación y expansión conocida como “La Ruta de la Seda”, compuesta por una ruta marítima que incluye todo el sudeste asiático, el océano Índico, el este de África y algunos puntos de Europa y una serie de rutas terrestres que conectan China con otros países asiáticos y Europa a través de Asia Central.
Entonces, en esta guerra por el control de los mercados mundiales, ninguno de los dos imperios podía permitirse otorgarle la más mínima ventaja a su contraparte, lo cual los obligaba a tomar medidas extremas y dramáticas, para estabilizar sus mercados y el argumento de la pandemia era la mejor carta que tenían a la mano.
El segundo componente tiene que ver con el alto nivel de entropía y caos al que había llegado el proceso de acumulación capitalista, particularmente en occidente y que requería medidas extremas que permitieran resetear la economía y sobre todo el poder a nivel mundial.
Las sucesivas crisis que tuvo que afrontar el capitalismo occidental generaron una serie de incertidumbres, no solo a nivel económico, sino principalmente a nivel del poder. Raúl Zibechi, periodista y activista social uruguayo, en concordancia con muchos pensadores, desde Foucault hasta Dussel, dice que “Es un error pensar que la economía, la ganancia, es lo primordial para las élites. Es importante. Pero el capitalismo no es una economía, sino un proyecto de poder, un tipo de poder tejido en torno a la dominación de las mujeres y de los pueblos originarios y negros. Por lo tanto, es una utopía pensar que se le pueda arrebatar el control del Estado, porque es su Estado, una herramienta creada por la burguesía para servirle”.
El escenario de crisis, caos e incertidumbre, no solo financiera, sino social y política, que se produjo en los últimos años obligaba a las élites occidentales a tomar medidas dramáticas para reordenar el tablero de la dominación mundial. Ya no se trataba solo de tener obtener ventajas económicas, sino de la sobrevivencia de su proyecto de dominación y poder frente a un amenazante imperialismo oriental.
Y el tercer componente está relacionado con la exasperación de los pueblos del mundo ante los escandalosos e impúdicos abusos de las élites de poder que se apropiaron, a plena luz del día y en descampado, de todo lo que pudiera tener algún valor transable en el mercado; desde las semillas, los terrenos y los minerales, pasando por el agua, hasta los fondos de pensiones de las y los trabajadores, provocando, en este descarado y brutal asalto al patrimonio de las naciones, un atroz e irreversible descalabro ecológico.
Debemos recordar que el año 2019 se conoció como el año de los levantamientos populares.
En Chile, Colombia, Brasil, Ecuador, Haití, Irán, Irak, Egipto, India, Hong Kong, Taiwan, Argelia, Líbano, Camerún, Cataluña, Reino Unido, Francia, México, los pueblos se levantaron desbordando el carácter de manifestación de su protesta e imprimieron a su lucha las formas propias de las revueltas populares, con toda la violencia, destrucción y caos que traen consigo las revueltas, lo que hizo tambalear la estabilidad y normalidad de toda la ensalzada y endiosada modernidad, poniendo en tela de juicio el discurso del poder de que gracias a ella la humanidad estaba alcanzando el tan anhelado bienestar general.
En agosto de ese año el movimiento Zapatista anunció su tercera expansión y llamaba a emprender una cruzada mundial para destruir el capitalismo. Ya no se trataba solo de pedirle al poder un mejor reparto de las riquezas acumuladas por la élites, ni de que se abrieran algunos espacios para una mayor participación ciudadana en las decisiones de las erosionadas democracias liberales, sino lisa y llanamente de arrasar con el sistema que los poderosos nos querían vender como el ideal de sociedad.
Y ya no eran solo los pobres del campo y la ciudad de los países colonizados los que se rebelaban, sino que se sumaron los habitantes de países que habían sido privilegiados con el despojo de los pueblos del tercer mundo. En septiembre del 2019 se produce un llamamiento a una semana de huelgas por el clima en 185 países, convocada por “Viernes por el Futuro”, a la cual adhirieron más de 7,6 millones de personas. Si bien este movimiento contó con una gran exposición mediática y el apoyo de empresas ligadas al lucro con las llamadas tecnologías limpias, demostró la capacidad de las personas de articularse a nivel planetario para levantar demandas que no solo tenían que ver con ciertas mejoras económicas, sino que se incluyó, como la gran reivindicación mundial, la defensa de la vida frente a un capitalismo que nos conducía directamente a la extinción. Esta incorporación de los habitantes de los países más ricos a la lucha por la sobrevivencia ayudó a elevar los niveles de efervescencia que se vivía en todo el mundo.
Mientras en los países despojados se luchaba contra la precarización de la vida y en los países ricos se luchaba contra la destrucción del medio ambiente, en todos ellos, tanto países ricos como pobres, las mujeres de todas las condiciones sociales se levantaban contra el patriarcado, pilar fundamental sobre el cual se construyó el modelo de dominación cultural capitalista.
La característica principal de estos levantamientos fue su falta de liderazgos y planificación previa. Sin embargo, había una consciencia común de que se luchaba por lo mismo y contra un mismo enemigo; el sistema de dominación capitalista y patriarcal.
A pesar de la importancia de la emergencia de nuevos actores, como el caso de Chile donde el pueblo pobre y marginal se tomó las calles y le imprimió el carácter de revuelta a la lucha, la cual sin su irrupción protagónica se habría seguido manteniendo bajo la limitada forma de la manifestación y el espectáculo colorido, fueron los movimientos antipatriarcales y los pueblos originarios del sur quienes le asestaron el golpe más mortífero al modelo de dominación.
Al ser el capitalismo un proyecto de poder, se afianza, principalmente, en el patriarcado y en el colonialismo y es ahí donde estos dos ejes de las luchas populares, el feminismo y el levantamiento de las comunidades para recuperar sus modos comunitarios del “buen vivir”, le provocaron el mayor daño.
De ahí también que las élites se esforzaron por tratar de contrarrestar el golpe sufrido. Por una parte dieron tribuna, pantalla y, curiosamente, poder, a un sector que banalizaba la lucha contra el sistema y promovía un feminismo vacío, pequeñoburgués y carente de sentido de clase, despojándolo de su carácter revolucionario, para convertirlo en una serie de coloridas y toleradas puestas en escena que no cuestionaban el carácter genocida y colonial del capitalismo y que excluía y despreciaba al otro feminismo, el popular y revolucionario, que se jugaba el pellejo en las calles confrontando radicalmente a la represión, tergiversando la lucha contra el patriarcado y el colonialismo en una guerra de géneros funcional a los intereses de las élites. Y, por otra parte, intensificaron el estado de guerra para reprimir salvajemente todas las expresiones de autonomía territorial y cultural de las comunidades indígenas, sin descuidar, por supuesto, la brutal represión a las revueltas urbanas que también hacían tambalear sus símbolos colonizadores en las ciudades.
Fue bajo este contexto mundial; lucha por la hegemonía de los mercados mundiales de los dos imperialismos del presente, entropía y caos de los estados liberales o neoliberales y levantamientos populares en todo el mundo, con una clara identificación anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, que las élites de poder pusieron en marcha su plan de reseteo mundial en todas las esferas de la sociedad y ejecutaron el más formidable autogolpe de estado de toda la historia de la humanidad.
Reposicionamiento estratégico del extractivismo aprovechando el confinamiento de los pueblos

Los efectos de este autogolpe mundial están siendo devastadores para los pueblos, no solo para la salud de las personas, quienes comenzarán a experimentar los efectos en su salud a raíz de los prolongados aislamientos, de la falta de actividad física, de la falta de socialización, del vivir con miedo, del deterioro de los sistemas inmunológicos, resultando, en el corto plazo, en enfermedades cardiovasculares y depresiones severas, sino también en la destrucción de los tejidos sociales y la convivencia y en la intensificación de la explotación y la destrucción del medio ambiente producto del reposicionamiento estratégico del extractivismo, aprovechando el silenciamiento de los pueblos a raíz de la pandemia.
Este reposicionamiento del vapuleado extractivismo es particularmente peligroso para la sobrevivencia de nuestras naciones, ya que los estados vasallos están dando chipe libre a las empresas que depredan nuestros recursos en tanto que nos mantienen confinados y silenciados. La ofensiva extractivista está avanzando soterradamente mientras los medios canallas nos distraen con la pandemia.
Un estudio de Emiliano Terán Mantovani señala que: “En buena parte de los países latinoamericanos, mientras se declaraban estados de emergencia y se imponía el aislamiento social obligatorio, actividades como la minería, el agronegocio o la tala eran declaradas ‘actividades esenciales’ para la economía y la sociedad, lo que implica que estas funcionan sin restricciones. Esto fue así, por ejemplo, para gobiernos como el de Fernández en Argentina, de Vizcarra (Perú) o el de Bolsonaro en Brasil. El gobierno de Lenin Moreno (Ecuador) eximió a las empresas mineras de los cierres impuestos a la población, mientras que el Gobierno de Piñera en Chile afirma que ha hecho ‘grandes esfuerzos’ para mantener la minería en pie durante la pandemia.”
Cada vez queda más en evidencia que las medidas tomadas por los gobiernos solo apuntan a consolidar un sistema de control y poder sobre las poblaciones y que no tienen nada que ver con la salud de las personas y la aparente absurdidad de las medidas represivas cobran cada vez más sentido.
Este ensayo de ingeniería social está creando un modelo de represión y control al cual podrán recurrir las élites ante cualquier situación crítica que vuelva a poner en riesgo la “normalidad” del poder, como futuras convulsiones sociales que puedan hacer tambalear la estabilidad política de su dominación o incluso frente a desastres naturales que puedan exacerbar la ira contenida de las personas y que sirven, muchas veces, como válvula de escape y justificación para que los que se sienten vulnerados por los estados policiales salgan a las calles a provocar la destrucción de todo lo que les remite a su condición de parias y postergados.
La contradicción que definirá el futuro de esta confrontación es comunidad versus estado, debemos llevar esta contradicción desde las zonas rurales a las ciudades y enfrentar al estado liberal y sus instituciones dondequiera que nos encontremos

Sin embargo los pueblos del mundo y particularmente del sur no estamos derrotados y todavía nos encontramos en pleno proceso de reconocimiento de nuestra fuerza y de nuestras capacidades.
Recientemente, en el año 2019, fuimos capaces de neutralizar décadas de prácticas de vigilancia, castigo y de adoctrinamiento disciplinario de los estados liberales, saliendo a las calles para destruir todo aquello que representaba los símbolos de la opresión y el rebaño se convirtió rápidamente en comunidad, mostrando su ferocidad cuando se reconoce y se atreve a romper con los moldes impuestos por la normalidad de las élites. Ya sabemos que el monstruo de mil cabezas, que nos sofoca con su despliegue brutal del poder del estado y de las transnacionales, se tambalea frente a una irrupción violenta de los más desposeídos y precarizados.
El hecho de que los poderosos tengan que recurrir al argumento de mostrar las armas, sacando a las fuerzas represivas militarizadas a las calles para imponer el control, nos muestra, más que su poderío armado, su debilidad, ya que las necesitan para reprimir la desobediencia, que va perdiendo cada vez más su carácter de silencioso murmullo para convertirse primero en reclamo y luego en grito. Si el autogolpe de los estados liberales hubiera sido todo lo efectivo que esperaban, no hubieran necesitado de este monumental despliegue armado para recluirnos; el acatamiento voluntario va mostrando cada vez más su fragilidad y sus fisuras. La sociedad disciplinaria es más vulnerable de lo que el poder nos quiere mostrar.
Las recientes experiencias de resistencia nos ponen nuevas exigencias para recuperar la iniciativa y volver a pasar a la ofensiva. Tenemos a disposición un importante arsenal de formas y métodos de lucha que debemos poner en práctica a la brevedad para derrotar a quienes nos amenazan con la extinción. Su sistema demencial nos sigue imponiendo como imperativo la destrucción del capitalismo para preservar la vida.
Tenemos que asumir con coraje la denuncia de esta ofensiva del poder dondequiera que tengamos alguna tribuna para poder ser escuchados. Sabemos que todavía hay muchas personas que se compraron el discurso oficial de que todas las medidas represivas representan la buena voluntad de los gobiernos para salvaguardar nuestra vida y nuestra salud y no vacilarán en caer en la estigmatización, la delación y el ataque violento contra las voces rebeldes que están llamando a despertar de este atentado contra nuestra libertad. Todo proceso revolucionario ha debido pasar, en su etapa inicial, por la inmolación de las y los rebeldes que no han vacilado en sacrificarse para denunciar y resistir las injusticias y este momento no es la excepción, pero mientras más voces se levanten para denunciar el plan de las élites, más rápido podremos sumar voluntades y acciones para legitimar la necesidad de liberación de los pueblos.
Debemos rebelarnos contra todas las medidas que nos aíslan y nos confinan y recuperar la socialización y la posibilidad de conspirar, en cada lugar, contra el poder. Salir a las calles para derrotar el estado de sitio y el toque de queda es un imperativo de sobrevivencia.
Tenemos un inmenso patrimonio de culturas y tradiciones de resistencia para levantarnos y derrotar la actual arremetida de las élites de poder. La principal es la recuperación de la reproducción comunitaria de la vida que los estados liberales han tratado de exterminar a través de siglos de dominación y colonización. En este sentido las comunidades de los pueblos originarios son la vanguardia de esta resistencia, pues han sobrevivido a siglos de asedio del capital y de la modernidad y avanzan, cada vez con más claridad y convicción, a nuevas formas de relaciones comunitarias, de resistencia y de recuperación de los territorios usurpados. La sobrevivencia de las comunidades es la sobrevivencia de la vida. La contradicción que definirá el futuro de esta confrontación es comunidad versus estado, debemos llevar esta contradicción a las ciudades y enfrentar al estado liberal y sus instituciones dondequiera que nos encontremos. Cualquier participación en las instituciones o la política de este estado depredador, genocida y terricida significa legitimar un status quo impuesto a sangre y fuego a nuestros pueblos a lo largo de siglos de dominación, sometimiento y colonización y que ha significado un altísimo costo para el modo de vida comunitario, el cual ha sido aplastado y pulverizado en aras de mantener este modelo eurocentrista que hoy nos condena a la extinción. La democracia liberal y su endiosada modernidad solo acarrea consigo depredación, miseria y muerte; ha llegado la hora de abandonar el colaboracionismo con las élites. La complicidad con el poder y sus instituciones ya no es sostenible por ningún argumento falaz de cambiar desde dentro lo que debe ser erradicado.
La lucha contra el capitalismo no admite reformas o se le destruye o él terminará destruyendo no solo la poca libertad que nos queda, sino toda la vida sobre el planeta. Quienes insisten en participar de sus instituciones, sean éstas comisiones ampliadas de remozamiento de las constituciones neoliberales (como la farsa denominada Convención Constitucional en nuestro país), o municipios de control territorial de las élites o parlamentos de la clase político-empresarial, se convierten en vasallos y copartícipes del poder que destruye a diario toda forma de vida, por lo tanto también debemos denunciar, desenmascarar, aislar y neutralizar a quienes, utilizando discursos falaces, intentan engañar a los pueblos participando en el juego del poder con la supuesta buena intención de sacarle alguna ventaja para los pueblos. Por eso aceptamos y tomamos como propio el desafío zapatista de sumarnos a la cruzada para destruir al capitalismo en todo el mundo, es la única posibilidad que tiene la vida de derrotar la extinción.
Terminamos estas líneas con las palabras de Moira Millán, activista mapuche, quien nos regala esta reflexión:
“En el movimiento vemos que vamos a tener que darle un plazo a esta situación para poder ganar nuevamente las calles y salir a protestar porque en realidad no estamos en peligro solo por el coronavirus, estamos en peligro por las balas asesinas del Estado y creemos que lamentablemente esta situación genera también un nivel altísimo de terror, porque son diferentes tipos de terrorismo que se han esgrimido contra nosotras a lo largo de la historia: antes, el enemigo interno era percibido como terrorista radical que pedía la libre determinación o el terrorista islámico; hoy, el terrorismo es un virus. Es una biopolítica la que se está utilizando para poder seguir domesticándonos, seguir inoculándonos el miedo para controlarnos. Necesitamos desafiar esas barreras porque no podemos hablar de ‘la verdad’, es muy difícil que podamos conocer la verdad de lo que sucedió. Y a estas alturas yo creo que ni siquiera importa qué país, qué bandera, qué idioma, qué nacionalismo lo provocó. Lo cierto es que son terricidas que detentan el poder del mundo, quienes están empeñados en destruirlo todo.
Yo creo que el principal aporte (del pueblo mapuche para enfrentar el nuevo reto de la pandemia) sería invitar a recuperar la relación armónica con la Tierra, la reciprocidad de los pueblos. Sería plantear cómo queremos habitar el mundo desde ese lugar y, por supuesto, el conocimiento de la espiritualidad que nos vincula, que nos enlaza, con la Tierra. Para mí la Tierra nos abraza y nos va a sanar.
No nos van a sanar los laboratorios que nos han enfermado, no nos van a sanar ni a cuidar los mismos Estados represores, ni los grandes empresarios, ni el Fondo Monetario Internacional. Lo que nos va a sanar como humanidad es la propia Tierra, recuperar el compromiso que se ha perdido entre la humanidad y ella, la Tierra.
Algo que visibiliza esta pandemia es que las grandes metrópolis son antinaturales, que son parte del problema. En mi vida en el campo, a pesar de que estamos con frío, a pesar de que no nos están permitiendo terminar nuestras casitas y estamos viviendo precariamente, estamos trece personas conviviendo alrededor del fuego, viviendo de manera colectiva, conversando, cantando, abrazándonos, dándonos apoyo, sintiendo la fuerza del río, sintiendo la fuerza del bosque. Mis nietitas están felices, ellas no tienen idea de que hay una pandemia, pero cuando vengo a la ciudad y veo cómo viven las niñas encerradas en departamentitos todo el día jugando con la computadora porque es lo único que este sistema les ha legado, pienso: hay un mundo posible y ese mundo posible lo vamos a tener que construir sobre los escombros de este otro. Este otro no va a permitir que haya muchos mundos cohabitando, entonces tenemos que empezar a plantear todos nuestros sueños para las generaciones futuras, pero sueños basados no en el capital, no en la acumulación, sino en la armonía con la Tierra, en la espiritualidad que fortalezca el sentido de la vida, que es lo más sagrado.”
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