El 1 de enero de 1994, día que México iniciaba  un tratado de libre comercio con EE-UU y Canada, el EZLN, Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, saltó a la luz del mundo. Ese día, miles de indigenas tomaron por asalto las principales ciudades del estado de Chiapas en el sur de México, dando a conocer que las rebeldías y la lucha por un mundo mejor no se habían extinguido. 

Con este alzamiento el zapatismo torció el proceso que se pretendía instaurar como conclusión y “fin de la historia”, frase ilusoria con la que el gurú del post modernismo, el politólogo  norteamericano Francis Fukuyama, dictaminaba el triunfo final del capitalismo mundial sobre las utopias libertarias de los pueblos y el Socialismo.

 Los y las  Zapatistas serian una luz de esperanza y espejo para los pueblos de América latina y sobre todo un despertar del orgullo indígena y de una nueva forma de organizarse y de mirar el mundo.

Bajo la consigna “para todos, todo” y mediante una estructura político militar que incorporaba a todas las comunidades en la toma de decisiones (desde la más doméstica hasta la decisión de declaración de guerra al estado) dieron vida a un proceso de confrontación respecto al estado mexicano y al mundo entero, exigiendo el cumplimiento y el ejercicio autónomo de los derechos de los pueblos indígenas y el cumplimiento de demandas ancestrales de: tierra, trabajo, salud y libertad. Remecieron la consciencia de millones que empezaron a cuestionarse su forma de vivir y de “hacer política».

Las sucesivas declaraciones de “la Selva Lacandona” y el proceso de transformaciones del EZLN que derivan hoy en  “Caracoles” y “Juntas de Buen Gobierno” reflejan un aprendizaje de 25 años del ejercicio de la Autonomía de Poder popular que hoy es reconocida y aceptada de facto por la estructura de poder y del estado mexicano.

La clave de esta capacidad política ha sido la fuerza de un movimiento de base, de comunidades politizadas y organizadas, en las que se discuten colectivamente las decisiones y formas de implementar su cosmovisión y cultura ancestral junto a los desafíos de enfrentar al capitalismo contemporáneo.

La experiencia zapatista  ha aportado importantes elementos de discusión en la izquierda mundial y en las lecturas marxistas contemporáneas. Entre las dimensiones de ese aporte; se ha revalorizado, en su real dimensión, los análisis de Mariátegui referentes a lo “indígena” en la propuesta de un “socialismo andino” por sobre la visión marxista eurocentrista clásica; se ha rescatado el aporte de José María Arguedas en sus apreciaciones de un marxismo que tome en cuenta la cultura ancestral y la cosmovisión indígena.

La experiencia zapatista también ha develado cómo el rol de los revolucionarios es “ponerse al servicio” de las luchas, incorporándose, sin querer ser vanguardias ni hegemonizar burocráticamente los procesos, por lentos que a veces  estos parezcan desarrollarse.

De esta hermosa experiencia de los pueblos zapatistas, se han irradiado por el mundo parte de sus siete principios fundamentales como el antes mencionado “para todos, todo”. Este principio refleja la importancia y la necesidad de recuperar el espíritu y práctica comunitarios,  frente al individualismo contemporáneo y los valores neoliberales.

También se ha irradiado un concepto ancestral, el del “buen vivir” que cruza casi todas las culturas pre hispánicas, y que hoy es una de las banderas de lucha de los movimientos indígenas en muchos países. Tiene que ver con recuperar formas colectivas y acordes a las formas de relacionarse de manera sustentable y armónica con la naturaleza y el medio en que se vive.

Esta breve introducción sobre los infinitos aportes del Zapatismo, nos da el pie inicial para traer la experiencia de lucha del pueblo Mapuche y el despertar de conciencia que han vivido muchos chilenos o “Huincas” en estos últimos 30 años.

No vamos a enumerar la historia del pueblo mapuche y de su gesta de resistencia, primero a los españoles y luego al Estado chileno durante más de 500 años en los que han logrado sobrevivir a todos los intentos de exterminio físico y exterminio cultural.

Solo recordar que, luego del proceso de recuperación de tierras ancestrales y de organización desarrollados durante el gobierno de la Unidad Popular del compañero Salvador Allende, vino la revancha y saqueo de mano de los militares y terratenientes  posterior al golpe de estado de 1973.

Se desarticuló y persiguió a los dirigentes Mapuche asesinando a muchos de sus líderes naturales.

Esta situación no cambió mucho luego del acuerdo pactado entre la casta política burguesa, el empresariado y el tirano Pinochet. Se mantuvo el sistema económico capitalista brutal implementado en dictadura y el andamiaje ideado por Jaime Guzmán para una institucionalidad blindada a las demandas populares.

El acuerdo de los partidos políticos de la “Concertación” hizo que éstos se transformaran en los mejores administradores del modelo neoliberal diseñado por la casta empresarial chilena durante 30 años, asimilándose a los intereses del capital y renunciando a desterrar la constitución pinochetista y a transformar Chile en un proyecto de país más igualitario y justo.

Esta casta política que traiciono los anhelos del pueblo chileno, se turnó en el gobierno, ocupando y empleando el Estado como caja repartidora de cuotas y favores políticos, privatizando los servicios básicos como el agua, luz y servicios públicos, concesionando el país a los capitales extranjeros. Una casta política corrupta e insensible a las demandas de salud, educación, el fin de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) y sorda frente a las exigencias de  preservación de los recursos naturales.

En este contexto y tónica política se instalan las políticas implementadas hacia el pueblo nación Mapuche.

Políticas asistenciales y programas ínterculturales indigenistas, supeditados a la “buena conducta” de las comunidades y, según ello, cupos en programas de compra de tierras con el supuesto fin de mitigar el despojo realizado en dictadura.

Todo el aparato del Estado se dedicó a cooptar a las comunidades tratando de asimilarlas a los planes capitalistas y extractivistas, diseñados para ser funcionales a la expansión de las empresas forestales de monocultivo y marcados por  políticas agrarias de explotación intensiva de la tierra y entrega de los recursos hídricos para transnacionales de la energía.

Este diseño de política hacia el pueblo mapuche se desarrolló de la mano de una exponencial militarización del Wallmapu, llegando a establecer durante el gobierno de Bachelet un ejército de ocupación con miles de carabineros de FF.EE y del GOPE,  persiguiendo, allanando las comunidades y creando montajes para criminalizar las demandas de los territorios en lucha.

Producto de esta política sistemática de terror, se asesinó a más de quince mapuche, la mayoría con disparos por la espalda y cuyos autores están en su mayoría impunes hasta el día de hoy. Los mandos policiales  nunca han sido juzgados, ni menos los responsables políticos que ordenaron y diseñaron esas políticas.

Sin lugar a dudas, la quema de los tres camiones madereros pertenecientes a Forestal Arauco en Lumaco en el año 1997, marcaron un precedente en la historia del proceso reivindicativo y de las luchas del pueblo mapuche. Este hecho marca un inicio de resistencia y de autodefensa que se irá complementando y enriqueciendo hasta el día de hoy.

Pasados 24 años de esta importante acción simbólica en Lumaco, podemos ver como las nuevas generaciones de jóvenes mapuche abrazan la causa de sus ancestros, muchos jóvenes de las grandes urbes han vuelto a vivir con sus comunidades de familia, recuperando la lengua y la cultura propia, desterrando los valores capitalistas y estudiando y rememorando la cosmovisión de sus ancestros.

En esta toma de conciencia y revalorización de su cultura, las nuevas generaciones incorporan su convicción anticapitalista junto a formas de vida que tienen que ver con el “Kume Mongen” o el buen vivir.

Héctor Llaitul, vocero de la Coordinadora Arauco-Malleco, en una entrevista realizada por la Radio de la Universidad de Chile el 04 de noviembre del 2020 señalaba que: “Nosotros reivindicamos acciones en contra de faenas forestales, en contra del gran capital que opera en nuestra territorialidad y en zonas de conflicto, es decir, en el Wallmapu ancestral mapuche que queremos reivindicar.

En ese contexto de sabotaje no buscamos bajas de parte del enemigo o efectos colaterales que tengan que ver con muertes, porque nosotros luchamos por la vida. Tenemos un sentido de entender la vida mapuche como prioridad, pero también de reconstrucción del itrofill mogen (todos sin excepción), de los espacios, de la naturaleza, la defensa de la mapu. Somos amantes de la vida y entraríamos en contradicción si nos enfrascáramos en una lucha fratricida en que podamos tener costos en nuestras vidas o en las de la contraparte. Por eso se ha instalado la lógica del sabotaje con una ética de acción política muy definida y muy clara”.

Esta mentalidad, por parte del estado neoliberal y los grandes empresarios, de ganancia rápida y de degradación de la naturaleza, atenta  contra la cultura mapuche. Esto pareciera  no lo comprenden los capitalistas agroexportadoras ni la casta política gobernante.

La lucha por la defensa de la tierra tampoco ve como “enemigo” al pueblo chileno mestizo o huinca, lo ve como un pueblo asimilado  a la cultura capitalista e individualista, pero su enemigo sigue siendo el Estado nación chilena y su política de no reconocimiento a la libre autodeterminación y administración de sus recursos y cultura.

La decisión tomada luego del encuentro de enero 2021en el Trawun  de Temucuicui, de formar e implementar una “guardia indígena» nos demuestra la decisión de avanzar hacia la autodefensa comunitaria. Se condice con las entidades de lucha más frontal contra los intereses del capitalismo extractivista en la región.

No existe una única estrategia dentro de las comunidades mapuche ni probablemente existirá debido a la diversidad y multiplicidad de las formas de lucha, asunto que a la lógica política chilena, muy esquemática para comprender la diversidad, le resulta muy problemático y fértil de acusaciones.

La última situación represiva a escala gigante contra una comunidad, dónde aglutinan más de 800 policías de todo Chile, en un operativo de allanamiento hace pocas semanas en Temucuicui, nos demuestra la voluntad heredada de los gobiernos de reprimir vía militar las justas y pendientes demandas del pueblo nación Mapuche. Los montajes a gran escala donde son cómplices los jueces y todo el aparato estatal ,siguen persistiendo hasta hoy.

En este ultimo allanamiento murió un funcionario de la PDI  de manera muy confusa y hasta hoy no aclarada.

 Uno de los hechos más significativos, luego de esas escenas de  brutal represión hacia las comunidades y los niños mapuche, ha sido ver como desde abajo, desde el dolor y de la empatía mutua, dos familias se reúnen e intercambian cariño, respeto  y abrazos desafiando a la lógica estatal de confrontación entre pueblos.

El encuentro de la familia Catrillanca y el hermano y madre de Luis Morales Balcazar (PDI muerto en el operativo de allanamiento)  ha sido un ejemplo muy fuerte frente a la lógica de las instituciones y aparato estatal chileno, dejando muchas enseñanzas  con frases como la expresada por la madre del sub inspector:

“Creemos en la solidaridad entre los pueblos” “En primera instancia es hacer causa común con las víctimas de la represión, nosotros también somos víctimas, no sabemos qué grado de responsabilidad tiene el Estado pero si somos víctimas por el hecho de haber perdido a mi hijo. Hacer causa común y agradecidos de que nos reciban acá, porque tenemos mucho respeto por las comunidades mapuche. Considero que poder solidarizar en estas circunstancias es muy importante».

La solidaridad entre los pueblos y entre los actores sociales que luchan por desterrar al capitalismo y su variante actual, son las que nos deben guiar en este periodo de luchas que se abren luego de La Revuelta del 18 de octubre y su gesto histórico de denunciar la casta política y los mal gobiernos de los últimos 30 años.

Esta casta cómplice del abuso y de los crímenes y represión a los chilenos y chilenas que luchan por cambios urgentes no puede seguir decidiendo por la enorme mayoría que se cansó de sus engaños.

El futuro es ahora y se conquista en la unidad de los y las que luchan y que no caen en las trampas de su convención amañada y tramposa, la nueva constitución la escribirá el pueblo soberano y sin partidos políticos cómplices y traidores.

Las enseñanzas del buen vivir ancestral junto a las nuevas generaciones y la sabiduría que arrojen las luchas actuales, harán posible esta convivencia armónica una vez superado el neoliberalismo salvaje que nos asola en Chile y el mundo.